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sábado, 3 de abril de 2010

El del templo de Apolo : Delfos florece entre oráculos y pitonisas

Adivinos, videntes, astrólogos tienen un fuerte tirón social. Pese al descreimiento general, cada día hay más gente que tiene fe ciega en el poder adivinatorio de las cartas, está dispuesta a consultar el horóscopo- el clásico o el chino- las cartas de tarot, la carta astral, dejarse leer las manos o creer a pies juntillas los consejos de cualquier supuesto medium.

La inseguridad o insatisfacción personal y el deseo de conocer el futuro contribuyen a que lo esotérico esté de moda, despierte un gran interés. Si damos crédito a los medios de comunicación, políticos, empresarios, artistas y gente famosa en general cuentan con una pitonisa a la que consultan antes de tomar una decisión.

Cierto que es una moda, pero también es una moda tan vieja como el mundo. Si hoy viviésemos en el siglo IV a.C., toda persona que creyese en el poder adivinatorio, tuviese fe en las profecías ajenas, correría hasta Delfos, el hermoso santuario donde se asentaba el Oráculo, el más famoso de la antigüedad: el del templo de Apolo.

Apolo y Delfos

Los griegos acudían a adivinos y pitonisas para preguntar a los dioses las cuestiones que les inquietaban, para saber qué sorpresas les deparaba el futuro. Hasta que los oráculos eran mucho más exactos y venerados que cualquier otro tipo de formas adivinatorias. Los oráculos constituían un aspecto fundamental de la religión y cultura griegas. El oráculo era la respuesta de un dios a las preguntas concernientes al futuro de los consultantes. La palabra oráculo aúna varios significados: designa al dios consultado, se refiere a la sacerdotisa que comunica las respuestas o profecías, da nombre a las respuestas mismas e incluso indica el lugar sagrado en el que se pronuncian esas profecías. Los dioses adivinos eran varios y varios los lugares con santuarios donde se prenunciaban. Los oráculos más famosos de la antigüedad fueron los de Dódona, Olimpia, Pafos, Lebadea y Delfos.

El templo de de Apolo, enclavado en el espectacular paraje montañoso de Delfos, fue el más importante centro religioso del antiguo mundo griego porque allí estaba el poderoso oráculo. El santuario de Delfos se convirtió en obligado lugar de peregrinación para los que querían conocer su destino, su futuro. De acuerdo a la tradición, a finales de la época micénica, en Delfos se rendía culto a Gea, diosa de la Tierra. El santuario estaba custodiado por un dragón o serpiente llamado pitón, al que mató Apolo para obtener su sabiduría. Se cree que por entonces se originó el oráculo. Los arqueólogos han señalado que hay elementos que certifican el culto a Apolo en el siglo VII a. C. Una hegemonía que empezó a declinar en el siglo I a. C. y que acabó definitivamente con el cristianismo en época del emperador romano Teodosio,

El oráculo de Delfos actuaba en un lugar reservado del interior del templo, el adyton, vedado a los profanos. Una sacerdotisa purificada, llamada pitia, pitonisa o sibila, con dotes especiales para ejercer de médium, transmitía el mensaje profético de Apolo. No siempre transmitía de manera clara. A veces lo hacía de forma confusa, extraña, oscura. La pitonisa siempre era una mujer y no importaba su condición de noble o plebeya, rica o pobre, vieja o joven, letrada o iletrada. No obstante, se les exigía una vida irreprochable. El nombramiento era vitalicio y la pitonisa se comprometía a vivir para siempre en el santuario.

Los consultantes eran de todo tipo: desde grandes reyes hasta ciudadanos anónimos. ¿Qué solían preguntar? Pues un poco de todo: asuntos políticos, religiosos, morales. Los generales consultaban sobre estrategia; los colonizadores pedían consejo antes de partir a la conquista de nuevas tierras; los particulares preguntaban sobre salud y negocios. Las profecías del oráculo de Delfos tuvieron un papel fundamental en el mundo helénico. Y los sacerdotes gracias a la información recibida por parte de los consultantes tuvieran gran poder e influencia que en ocasiones utilizaban políticamente.

Un canto a la belleza

Según la mitología griega, Delfos era el centro del mundo puesto que Zeus soltó dos águilas en dos puntos opuestos de la tierra y se encontraron allí. Mito o leyenda, Delfos es en la actualidad un canto a la cultura griega, a la belleza del mundo y al esplendor de la naturaleza, visible sobre todo en el protagonismo del paisaje, en los olivares y cipreses que como mantos caen hasta el mar, cuya presencia es perenne.

A 177 kilómetros al norte de Atenas, en medio de los montes de la región llamada Fócida, a los pies del monte Parnaso, y a 700 metros sobre el nivel del mar, sobrevolando el golfo de Corinto, Delfos es uno de los paisajes más hermosos de Grecia y de todo el Mediterráneo. El enclave más evocador de la Grecia antigua. Entre mitos y leyendas, musas, ninfas y náyades se encuentra uno de los lugares de valor histórico y cultural más rico de la antigüedad. En un paisaje que incluye un gran bosque de olivos -se dice que es la mayor mancha de olivos del Mediterráneo Oriental- los restos arqueológicos del oráculo de Delfos, el centro religioso del mundo helénico, se extiende majestuoso por la ladera desde la que se divisa el Peloponeso.

La mayor parte de los consultantes del oráculo acudían por mar y amarraban los barcos en el pequeño puerto de Itea. Desde el puerto accedían al santuario por un camino serpenteante. Ya nadie va en barco. El coche es el medio natural para llegar a este extraordinario lugar, el más atractivo, junto con la Acrópolis de Atenas, de toda Grecia. En el pasado, el camino que iba subiendo montaña arriba- la vía sacra- se hallaba sembrado de pequeñas edificaciones — llamadas tesoros- que a modo de capillas custodiaban los exvotos y las valiosas joyas donadas por las ciudades: Siracusa, Cirenea, Cnido, Sifnos, tebas, Corinto, Atenas. Hoy sólo puede verse el tesoro de los atenienses, un pequeño templo del siglo IV a.C. que permanece en píe antes de llegar al teatro, también del siglo IV y que se restauró en época del Imperio Romano y donde se representaban obras con ocasión de los Juegos Píticos, celebrados en honor de Apolo cada cuatro años. Desde el teatro un sendero conduce al estadio, el mejor conservado de toda Grecia con capacidad para 7.000 plazas, y con unas vistas excepcionales sobre las evocadoras ruinas, la mancha de olivos y el golfo de Corinto. Fuera del recinto, al otro lado de la carretera los ojos se recrean con los restos de un tholos, una rotonda de columnas del siglo IV, que formaba parte del santuario de Atenea y que es el edificio más hermoso de los que permanecen en píe en las ruinas de Delfos.

Como colofón a la visita, el museo creado en 1903 y en el que se pueden contemplarse una pequeña pero excepcional colección de piezas reunidas en el santuario: la esfinge de Naxos, el friso del tesoro de los Sifnios, metopas del de los atenienses o el célebre auriga, un famoso y maravilloso bronce conmemorativo de la victoria en los juego pitios de 478 a. C.



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