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domingo, 27 de septiembre de 2009

Los duendes del Monte de Pío

Es La Sierra del Arzobispo un pueblito del municipio de Santa Cruz del Norte, cuya gente es hospitalaria, laboriosa y rica en los mitos y leyendas que cultivaron sus primeros habitantes de origen hispano, allá por las postrimerías del siglo XVII.

Si llega a este sitio enclavado a unos 50 metros sobre el nivel del mar, cualquiera de sus actuales moradores, sean los Hernández, los Martínez o los Sanabrias, podrán contarle al detalle los misterios del bosquecillo o Monte de Pío, donde abundan los cedros, yagrumas, almácigos, ocujes y ceibas.

Cuentan que los tatarabuelos de sus tatarabuelos, evitaban que el crepúsculo los sorprendiera por esos lares, porque desde lo más intrincado del monte se escuchaban cantos y rezos en una lengua desconocida, al son de gaitas, claves y bongoes.

Unos, los más atrevidos, aseguraban haber visto a enanitos cubiertos de luciérnagas, adentrarse por la trillería boscosa y lanzarse en vuelo hacia la costa cercana, desde el farallón de las auras tiñosas. Otros, los más aprensivos, emprendían rápida cabalgata hacia el caserío y observaban las fugaces lucecillas entre los árboles.

En la Sierra del Arzobispo, al igual que en cualquier aldea del mundo, existieron y existen personajes populares. A mediados del siglo pasado fueron muy distintivos: Diego, El Colorado, el Gallego Pequeno y Pedro, El Isleño, por sus cuentos en el salón de Antonio, El Barbero.


Ellos, mientras el fígaro acometía los afeites de rigor a alguno de sus paisanos, narraban con marcado misterio las canturías y plegarias de los duendes del monte de Pío, para observar cómo se les erizaba la piel a los clientes que esperaban su turno. Así, día tras día, hasta esos tres juglares tomaron el camino del reposo final.

Hoy, ningún serrano teme pasar cerca de ese bosque, aunque ahora en vez de duendes, está habitado por un gigante. Es solamente una ilusión óptica, porque lo que sobresale por detrás de los árboles es la ciclópea chimenea de la Central Termoeléctrica del Este de La Habana.

Cada último viernes de cada mes, en el patio de la vivienda de la maestra Lerida Fernández, ancianos, jóvenes y niños interesados en la historia de su pueblo, la escuchan contar sobre los mitos y sucesos reales en ese lugar, agraciado por la brisa del mar, la flora y la fauna.



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