A pie juntillas muchos de los nuestros creyeron en espantos y regaron leyendas en ciudades y campos.
En cada región de nuestra patria hay figuras míticas relatadas, en muchos casos, con lujo de detalles por los que, en carne propia, vieron apariciones que los llenaron de terror y dieron la oportunidad para reforzar más sus miedos y creencias.
Salir en horas nocturnas por las calles sin iluminación se consideraba una temeridad, los mismo que transitar por los caminos montañeros donde hasta una mata de salvia asustada a los trasnochadores.
Cuando no existían bancos, las gentes enterraban monedas de oro y joyas que se quedaban en el olvido, al fallecer el enterrador y de ahí salía lo raro: un espanto pidiendo que sacaran ese entierro para poder descansar en la eternidad.
De pequeños nos asustaban con el “Coco”, y había una fórmula cuando se aparecía un espanto: ¿De parte de Dios todo poderoso diga que quiere? Se le preguntaba a la aparición y esta generalmente se movía hacia algún rincón o sitio y desaparecía sobre el lugar del supuesto entierro, muchos sacaron buenas monedas y otro perdieron el tiempo haciendo excavaciones sin ningún resultado.
En la vereda de Frailes de Dosquebradas, muchos creen en un espanto representado por un jinete sin cabeza y la leyenda habla de un convento que quizás no existió, dicen escuchar caballos al galope que tratan de atropellar a los caminantes y pasan sin que nadie los vea.
Aquí nuestras gentes creían en la Patasola y la describían como una mujer con una cara horrible, cabello en guedejas y con una sola pata, según algunos, atacaba a los transeúntes y de su boca salían espumarajos y vulgaridades. Los muchachos que madrugaban a encerrar la vaca, contaban con terror que se les había aparecido este espanto y narraban fantasías no creíbles.
En la quebrada de Consota hubo gran riqueza ictiológica, la pesca atraía gran número de aficionados y las sardinas rabi-coloradas y las sabaletas llenaban las jíqueras, un espanto llamado La Llorona dizque se les apareció a muchos de los pecadores especialmente en el Viernes Santo y la describían como una linda mujer que gemía y gritaba llamando a su hijo que se había ahogado, derramando abundantes lágrimas por el descuido que tuvo y que ocasionó el doloroso accidente.
En los remansos del río La Vieja, en la oscuridad de los guaduales, se aparecía el Mohán y hacía zozobrar las canoas de los pescadores, su figura corpulenta coronada por una gran mata de pelo se veía sentado sobre un tronco de písamo y los más atrevidos le dejaban, muy cerca de la orilla, tabacos cosecheros y panes, le endilgaban las borrascas y riadas y los valientes muchas veces se le acercaron para luego salir en estampida llenos de terror.
El modernismo acabó con esos mitos y leyendas, sólo queda en la memoria de las gentes y el computador borró estos cuentos.
Sigamos amando a Pereira.
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domingo, 3 de abril de 2011
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