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domingo, 3 de abril de 2011

El cráter de las verduras.“Desde los cráteres a la luna”

Esta mañana Luna me despertó para desayunar. Tomamos un tazón de cereales con cuatro estrellas fugaces jugando a nuestro alrededor. Tranquila, la tortuga, se acerca tarareando una canción y trae una cesta de verduras sobre su caparazón. Sobre un mantel de cuadros, coloca: Tres puerros que se perdieron. Cuatro zanahorias que dejó olvidado el último conejo que pasó corriendo diciendo que ya era muy tarde.


Unas acelgas que crecieron solas en cualquier esquina de la luna y otras verduras que solo conozco de ellas, el color. Adivino que hoy toca comer en el cráter de las verduras. Me dice Luna que me parezco a mi padre porque nunca le gustaron las verduras.

Tan solo digo:

- Sí, ya lo sé -

Nos acercamos al cráter, me asombro porque es una inmensa cacerola. En vez de dos asas tiene cuatro, de las cuales suben y bajan unas escaleras adornadas con tomates que se encienden cuando por ellas desfilan todas las hortalizas para que Tranquila las deposite en una tartera de cristal.

Entramos al cráter y nos sentamos sobre unas calabazas gigantes, son cómodas y tienen unos cojines de color pepino. A las dos en punto está la comida preparada. No sé cuantos comeremos hoy, aquí en la luna, cada día, se apunta alguien distinto para comer. Ayer comió con nosotros Mercurio, estiró un poco su órbita y se acercó a saludarnos, es un planeta un poco más pequeño que la tierra, quizás por eso todavía come con babero.

El domingo pasado lo hizo Halley, nuestro amigo el cometa, nos dijo que hasta dentro de 76 años más o menos no volvería a visitarnos. -¡Haces paseos muy largos!- le dije al oído cuando se estaba marchando. Hoy estamos los tres solos. El cráter es, como suponéis, verde, parece un trapo arrugado, lo cierto es que huele un poco raro, pero Luna dice que es el cráter más sano de todos los que tiene junto con el cráter de las frutas.

¿Sabéis como hizo Luna para que me gustaran las verduras? La primera vez que entré en este cráter, Luna apagó las estrellas y las fugaces se quedaron quietas. Me dijo que cada vez que comiera una cucharada de verduras trituradas, una estrella nueva se encendería, que desde el fondo del universo una de las fugaces se pondría en marcha en ese preciso momento y que se acercaría a mí para festejarlo.

Me di cuenta entonces que cuantas más cucharadas comía, más estrellas se iban encendiendo hasta que mi trozo de cielo quedaba, al terminar el plato, totalmente iluminado. Cada vez que comía verduras, el universo se hacía más y más grande, las estrellas más luminosas y los planetas aparecían por las mañanas con bocadillos de trigo para desayunar conmigo.

Fin

“Cuando me dijeron antes de escribir éste libro que Morc, el perro azul y guardián de los bosques, existía, no me lo creí. Ni que la tortuga Tranquila vivía en el lago de la Tranquilidad, ni que los Plantustos son árboles que caminan sobre sus raíces, que te persiguen y que son un poco más pequeños que los arbustos. Pero ahora, sé que existen.” La luna es el personaje principal de estas historias, básicamente por sus cráteres, por lo que hablaré con ella muchas veces y la llamaré Luna. En algunas ocasiones, cuando la nombre en tercera persona, me referiré a ella como, la luna. Para mi hija Anaïs, como no podía ser de otra manera, que por una extraña coincidencia se llama como el personaje que vive los cuentos. Y de otra manera, no menos especial, para mi esposa Gabriela.

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