Es muy triste ver que, en la escuela, se quedaron atrás en las modificaciones pedagógicas y que los chicos, cada vez, conocen menos la historia. Convivimos hoy con jóvenes sin patria, sin fundamentos de raigambre que les permitan argumentar por qué son argentinos o ciudadanos del mundo. El mundo sufre un conflicto de fondo, porque no tenemos una educación para la sabiduría, para el encuentro de sí y del otro. Nuestra educación, en cierto modo, está despojando, a la gente, de su conciencia, su tiempo y su vida.
No sirve dar buenas ideas a los educadores, hay que inyectar en ellos nuevos brios, en las raíces de cada maestro, para llegar a inventar colegios nuevos. Hay que crear dispositivos y modalidades de orientar el modo de enseñar y de acompañar el proceso humano. Descascarar a los colegios de informantes y operarios de la formación. De mezquinos directivos que dan lo que quieren como quieren, sin pasión. De sindicalistas del bien propio y no del bien mayor.
La misión del psicólogo y el filósofo es aportar una gestión interior a la educación, una perspectiva del mundo con interioridad. Por eso, es preciso cambiar el mundo de la educación. Resulta ingenuo probar sin un proyecto totalizador. Porque muchos de los educadores están fosilizados. Tenemos que implementar una arqueología que rompa con la enorme burocracia retrógrada esclerosada. No debemos hablar de crisis de la educación. A los educadores, en su gran mayoría, les basta con hacer más de lo mismo. Poder diferenciar la certeza de la afirmación que no permite la plasticidad del ingreso de lo nuevo, de la convicción, que nos da una forma de estar en el mundo, un principio de sentido del por qué somos educadores. El primero es enfermo y enferma, el eterno retorno del monólogo, y el segundo es un lugar desde donde se hace pie para dialogar y construir desde la diferencia. En el binomio enseñanza-aprendizaje, la enseñanza constituye el medio, ¿qué ocurre si se transforma en el fin?; cuando nos encontramos con una enseñanza sin aprendizaje. Hay que preguntarse lo obvio: ¿Es el centro de la educación la persona del educando y la finalidad de la enseñanza es el aprendizaje?
Muchas veces, la salud de los educandos se defiende de la educación que enferma. Por ahí, el educando está creando síntoma. O, tal vez, solo será visto como un fracaso de resultados, el no aprender.
¿Educamos para la soberanía o para la economía soberana? Ya sabemos que la política no es la polis, pero que la educación no sea para propiciar un ciudadano libre… Es una tragedia.
Una anécdota de Naranjo
Alguien, en un congreso, afirmó que le había enseñando al burro a hablar. Después de varios ensayos frustrados, acciones y preguntas sin responder, se dirige al animal y le ordena:
−Explícame lo que te he enseñado. Dime si me entiendes o no. El burro nada. El enseñante insiste:
−No me dejes en esta situación con este público, yo le expliqué que puedes sostener una comunicación inteligente.
El disertante se vuelve al público y, con un gesto de indignación, afirma: -Les aseguro que yo le enseñé, es él el que no ha aprendido.
Es una caricatura magnífica que propone Naranjo para explicar la situación actual. La ironía del absurdo de que solo se piensa en el enseñar, pero no se sitúa en el aprendiente.
La educación actual ha matado sistemáticamente el deseo de aprender. El aprender es más importante que enseñar, ya que enseñar fue siempre más importante que aprender. La persona del niño ha sido fagocitada por el alumno. El alumno ocupa el lugar de la supuesta igualdad que educa desde una política de la masificación. Si le sacamos el fermento del deseo, solo caminarán por las instituciones. Repetidores del discurso común, que es más preocupante que los repetidores de años. Para mí, este es el mayor fracaso de la educación: igualar en masas que no pueden pensarse ni pensar su futuro.
La escuela, según Naranjo, se usa para domesticar y sólo produce personas egoístas, niños que no son capaces de ser felices. No está de acuerdo con el sistema de exámenes y deberes, y señala que el aprendizaje debe partir de la curiosidad natural de los niños, de su deseo de aprender. El método de repetir una y otra vez sólo sirve, según Naranjo, para reducir el deseo natural de aprender y matar la curiosidad.
Hay que cambiar al maestro para mejorar la educación. Los formadores deben aprender aquello que las universidades no le ofrecen: emprender un camino hondo de autoconocimiento, de sanación para convertirse en personas plenas, ancladas en su esencia; individuos con vínculos sanos.
Mi teoría se basa en que, si un maestro quiere enseñar a su alumno a ser libre, pacífico u honrado, debe él primero trabajar sobre sí mismo para alcanzar estas virtudes y luego transmitirlas.
Los niños adquieren conocimiento no porque se les enseñe conocimiento, sino porque se genera un espacio, un lugar, un ambiente preparado para que aprenda. Muchas veces, se va idiotizando con la forma monopolizada de igualar la forma de enseñar.
por Dario Dejesús
Psicólogo
hilcedejesus@hotmail.com
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domingo, 10 de abril de 2011
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