Dicen por ahí que existe un país de los sueños habitado por seres mágicos de todo tipo. Hadas, duendes, elfos, magos, brujitas buenas, muchos niños y algún que otro adulto que se atreve a soñar. Es un país hermoso, donde todo tiene la forma de lo que cada uno de sus habitantes espera y sueña. Las árboles no siempre tienen su copa verde, a veces es violeta o a pintitas rojas y amarillas.
Los manzanos a veces dan chupetines como fruto y los ciruelos, cebollas. Crecen caramelos en los campos y muchas veces llueve jugo de naranjas. Las paredes de las casas pueden ser de oblea y las ventanas de gelatina. Es alegre y colorido, pues cada cosa que allí existe es parte de los sueños de quienes lo habitan. Cuentan también que son muy pocos los habitantes de ese lugar que caminan, la mayoría dan saltos, más grandes o más pequeños. Muchos dan saltos tan altos que sobrepasan las copas de los árboles, y ellos son, en la mayoría de los casos, los que más se atreven a soñar, aquellos que no temen imaginar y desear. Otros en cambio, dan saltos más pequeños, pero no siempre porque sus sueños sean más chiquitos o de menor importancia que los que más alto saltan. Lo mismo ocurre con los que parece que no saltaran pues apenas si se elevan del suelo. Las diferencias de alturas en los saltos ocasiona alguna que otra discusión. Ocurre a veces que los grandes “saltadores” o soñadores creen que aquellos que menos saltan, menos sueñan y no siempre es así. – Se puede soñar con algo que esté casi al alcance de tu mano- Decía siempre un elfo quien por tener piernas cortitas, no podía saltar demasiado. – El tamaño de mis piernas, no limita mi capacidad de soñar – Agregaba otro elfo igual de peticito. – ¡Hay que soñar en grande! – Decía un mago cuyas piernas eran largas y finitas como tallarines – Y para eso, hay que saltar bien alto. – Yo salto sin esfuerzo alguno - decía un hada un poco haragana – pues le pido a mi varita que me transporte a donde quiero y ella lo hace, aunque no con éxito realmente. Debo reconocer que mis sueños casi nunca se hacen realidad. La gran diferencia, en cambio, se producía entre los niños y los adultos que habitaban el país. Si bien todos los que allí vivían, lo hacían porque soñaban, cierto era que los adultos tenían mucha más dificultad en saltar, soñar, imaginar y disfrutar también. Podía verse cómo los niños se elevaban como subidos por una cuerda mágica e invisible. Las personas más inocentes también podían elevarse con mayor facilidad y las más incrédulas apenas si podían hacerlo. Entre todos los seres que habitaban este hermoso país, existía uno sólo que jamás se había elevado, tan siquiera un centímetro del piso. Era un duende ancianito, con una expresión tan serena en su arrugada carita que transmitía una paz muy especial. Sabius, así se llamaba el duende, estaba siempre alegre. Su sonrisa jamás se alejaba de su rostro y parecía estar más allá de las cosas cotidianas. Sin embargo era un duende por demás comprometido con todos los habitantes del país. Para todos era un misterio ese duende arrugadito y sonriente que parecía tan feliz y que jamás –a los ojos todos los demás- había soñado. Creían que, como jamás había dado ni siquiera un saltito cortito cortito, el duende no tenía ningún sueño, pero a la vez, les parecía extraño. Siempre estaba contento y en paz, como quien logra el mayor de los sueños que se pueda alcanzar. – Tal vez no salta porque tiene las piernitas muy cortas – Decía un hadita mientras hacía rulos en sus cabellos con su varita mágica. – Yo creo que le pesan las arrugas – dijo un elfo. – Tal vez no tenga sueños y por eso no se eleva – Dijo un adulto al que le costaba bastante saltar, soñar y reír. – Es difícil que no los tenga, tiene una expresión feliz en el rostro y los sueños son imprescindibles para ser felices – dijo un pequeño, quien de sueños sabía mucho más que el adulto. – Debe ser porque es anciano y no creo que los ancianos sueñen mucho – dijo muy equivocado otro adulto que tampoco terminaba de entender de qué se tratan los sueños. El duende que no se elevaba era siempre un tema de conversación entre los habitantes de este país tan peculiar. Como de sueños se trataba, todo podía ocurrir. La teoría de quien más saltaba, más soñaba se había instalado entre todos y si bien algo de cierto había, no era una regla que se aplicara para todos. Sin embargo, muchos lo creían así y se esforzaban por saltar cada vez más alto, cada vez mejor. Algunos lograban hacer realidad sus sueños, otros no, simplemente porque los mismos no estaban a esa altura, sino más abajo. Muchos chocaban con las copas de los árboles o con las chimeneas. Se llevaban por delante pájaros y nubes también. Unos soñaban con llegar a la luna, otros con volar arriba de una estrella y otros con tostar pan a los rayos del sol. Terminaban con moretones y chichones en sus cabecitas y sin haber logrado nada. Otros en cambio, quienes más claros tenían sus sueños, se desplazaban exactamente al lugar donde creían que lo harían realidad. Los sueños son tan distintos y tantos, como seres hay en la tierra. No todos soñamos con las mismas cosas y no todos tampoco, las alcanzamos de la misma manera. Sabius no modificaba su comportamiento, caminaba lento, ni siquiera elevaba su cabecita y sonreía continuamente. Cierto día, ya cansados de no saber qué pasaba con el anciano duende, un niño –con mucho criterio- decidió preguntarle directamente cuál era su secreto. Hadas, elfos, otros niños y todos los adultos se convocaron frente a Sabius a escuchar el por qué de su sonrisa, si supuestamente no había alcanzado ningún sueño o lo que era peor aún, no tenía sueño alguno. Sin dejar de sonreír un segundo, Sabius les contó cuál era su sueño y el por qué de su expresión simple, franca y de profunda paz. – Yo sueño con estar aquí, en este país donde nací, junto a Uds. No quiero ir a la luna, ni viajar en cohete. Soy feliz aquí en mi tierra, donde crecí y envejecí. Siempre soné con tener un lugar en el mundo y lo he logrado, seres a quien amar y lo logré también. No me ha hecho falta volar, saltar, ni chocarme con nada ni nadie. La cara de sorpresa de todos era sorprendente verdaderamente, la mayoría de la gente y de los habitantes de ese país también, tiende a creer que todos los sueños tienen que ser grandes, locos, altos, difíciles y no siempre es así. Hay sueños sencillos y al alcance de las manos y los pies de todos y no por eso menos maravillosos. Sueños que están ahí, esperándonos a la vuelta de la esquina, a todos por igual y que merecen ser cumplidos. Fin
Escritora de cuentos infantiles y juveniles de Buenos Aires, Argentina. Cuento sobre los sueños. Cuento sobre hadas, duendes y elfos.
www.encuentos.com
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viernes, 20 de mayo de 2011
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