Los testimonios de enfermeras, de guardias, porteros y hasta pacientes dan cuenta de que por las noches, entre los corredores, jardines, gradas e inclusive salas donde hay internos se escuchan lamentos, risas, llanto de niños y no pocas veces se observa vagar a personajes que, averiguada la cosa, murieron en el hospital.
La Razón realizó un recorrido por el complejo: el Hospital del Niño, el hospital de la Mujer, la Morgue y del Tórax. Conversó con personas que trabajan, en algún caso, desde hace 30 años en el Hospital General. Por ejemplo, Primitiva Trujillo, quien pasó por varios servicios sin problemas, hasta que la designaron a la sala de hemodiálisis.
“Yo tenía que abrir las pilas de agua para hacer funcionar toda la noche los equipos de diálisis. Una noche, cumplí mi trabajo, pero horas después me hicieron notar que dichas pilas estaban cerradas. Las enfermeras me han reñido bastante”. Trujillo recordó entonces que una enfermera le había advertido sobre las acciones de unos duendecillos. “Primi, en las noches, cuando entres a la sala de máquinas, vas a ir hablando, vas a decirles a los duendecillos: ‘¡Ya, por favor, no me hagan esto, no van a cerrar las piletas, se van a portar bien porque de lo contrario me van a ser regañar!; así te vas a quejar y les vas a hablar’, me ha dicho”. La mujer, incrédula, no siguió los consejos.
La responsable de instrumentales cuenta que en ese espacio, donde ahora está la sala de diálisis, hace años se hallaba el maternológico y la sala de refrigeración a donde se llevaba a los niños que perdían la vida. “Ahí han fallecido niños, mujeres y por eso debe ser pesado. Pero ahora ya no les tengo miedo, les hablo a los duendecillos”, cuenta Trujillo.
Se dice que el Complejo Hospitalario de Miraflores, que fue construido en 1931, se erige sobre un antiguo cementerio. Los primeros años, el lugar fueron administrado por las monjas de la orden de Santa Ana, sobre las que se teje rumores que hablan de una permanencia aún hoy, como fantasmas en pena.
Los fantasmas, duendecillos y almas provocan miedo entre algunos funcionarios; pero hay algunos, como un médico de apellido Tapia, que no cree en ninguna de estas historias. “Son tonterías, he trabajado varios años aquí y nunca vi nada”, desecha.
Otra es la opinión de Sonia, enfermera, quien luego de haber trabajado 23 años sin sobresaltos, hace un mes se llevó “el susto de mi vida”. Y cuenta que se quedó dormida en la sala de diálisis, “me he recostado en una cama del piso de arriba y estaba encendida la luz. Dormitaba ya, cuando he sentido claramente que me jalaban los dos pies con mucha fuerza. Desperté sobresaltada, pero no podía gritar ni hablar, nada, y seguía sintiendo los jalones. Me he asustado muchísimo; si alguien me estaba jugando una broma lo habría visto pues todo estaba iluminado. Tuve que hacer uso de mucha fuerza para al fin taparme la cara con la sábana. Recé y entonces volvió la calma”.
No sólo fantasmas humanos se pasean por el lugar, a decir de los testigos. También está Pancho, un perro que se crió en el Hospital de Clínicas y que, ya muerto, se hace sentir por los guardias de seguridad nocturna.
Pancho, el perro que espanta a las almas y acompaña a los policías nocturnos
Uno de los guardias de seguridad del Complejo Hospitalario de Miraflores cuenta que hace seis años cuida los tres nosocomios del Complejo Hospitalario de Miraflores. “Todas las noches camino por el Hospital de la Mujer, el de Clínicas y del Tórax, donde está la morgue”. El policía dice no sentirse solo, pues Pancho, un perro negro con matices blancos en la frente y en la punta de la cola, está invariablemente a su lado. Otros de los efectivos policiales asignados para el día y la noche cuentan con él, según dicen otros empleados.
“Sin el Pancho no voy por los rincones de noche, él parece saberlo, pues cuando hay un alma no ladra como para asustar a un ladrón, cuando ve un alma primero se queda quieto, mira entre la oscuridad y empieza a ladrar, se vuelve loco”, cuenta el policía.
Mire sus ojos (agarra al can y señala el rostro); son muy salidos, bien saltados están, tantas almas que ve, de cualquiera se pueden salir sus ojos pues”, concluye como si se tratase de lo más común. Añade que cuando era niño, le decían que si se topaba con un alma mala, “te puede sopapear, puedes entrar en shock y perder mucha sangre”. Por eso “me acompaña el Pancho, él me protege, él me cuida, solito no voy, me da miedo de las almas de las personas que han muerto cuando no era su tiempo”.
El guardia recuerda que hace años, cuando cumplía su servicio en el Hospital del Niño —que se encuentra en el lado izquierdo del Complejo de Miraflores— observó el patio del Hospital General y vio a dos jóvenes que corrían en la oscuridad. “Yo hacía mi ronda y una noche se me ocurrió apoyarme en la ventana del cuarto piso y desde ahí he visto que dos jóvenes de negro que corrían y jugaban. Estaba todo muy oscuro, apenas los divisaba; pero cuando llegaron a la luz se perdieron. Me he helado todo, no he vuelto a mirar”.
Es más de medianoche y el policía debe ir por la cancha de la morgue. Pancho se adelanta y de rato en rato se detiene para mirar fijamente en la oscuridad. Unos segundos después gime y se anima a ladrar. “Está viendo almas”, concluye el guardia.
Doctores pasean por los pasillos y se pierden en la oscuridad
Tres hombres, con mandiles blancos de médico, que al parecer charlan entre ellos, recorren en medio de la oscuridad de las instalaciones del Hospital de Clínicas. Quienes dicen haberlos visto, afirman que cuando las figuras se acercan a la luz, simplemente desaparecen. Catalina, que trabaja desde hace 30 años como instrumentista, narra que cierta noche en que le tocó limpiar el pabellón Italia, las enfermeras le pidieron que llamara un médico porque un paciente se había puesto mal. “Salí corriendo y vi a tres doctores de espaldas por el pasillo. Les he llamado: ‘¡Doctores, doctores, los necesitan en la sala de emergencias¡’ Ninguno se daba la vuelta ni me hacía caso”. Ella se preguntó por qué no la escuchaban y “he corrido detrás de ellos; cuando me acercaba, ya casi como para tocarlos, han desaparecido, no había nada”, cuenta mientras pone cara de susto pese al tiempo transcurrido. “De miedo me he metido a la sala de emergencias y no he salido más; mis cabellos se han parado, lo he sentido así. Yo estaba detrás de ellos, los he visto muy bien; pero cerca de la luz desaparecieron como por arte de magia”.
Pero hay otros fantasmas que tomar en cuenta, dice María, responsable de la limpieza del lugar. Éstos golpean, hacen bulla y caminan en la parte superior de Administración.
Un viernes, relata la señora que llama a “sus” fantasmas trabajadores, al terminar sus tareas escuchó un bullicio. “¿Qué raro, si todos se han ido?”, pensó. “Estaba solita y ya me tocaba marcharme, cuando sentí que en el Palomar, como se llama a la parte superior del edificio, había luz y ruido”. Seguramente los albañiles, que arreglan de vez en cuando el techo, se han quedado a trabajar, se dijo María. Les gritó para que se retirasen, pues ella ya se iba y no era cosa de dejarlos en el hospital.
“¡Maestro, hasta qué hora van a trabajar!”, preguntó y subió las gradas para acercarse más y se sorprendió al encontrar la puerta de acceso con candado. Asustada, “me fui corriendo”.
La enfermera de capa azul, como las de antes, y que vela por los pacientes de las distintas salas
Las enfermeras del Hospital de Clínicas cuentan que por las noches, siempre a partir de las dos de la madrugada, una enfermera con capa azul como las que se usaba con frecuencia en el pasado, recorre el lugar siempre con la misma trayectoria: pasillo central del nosocomio para perderse por la puerta de laboratorio. Lo que asusta es que no tiene cabeza.
Esta historia fue corroborada por Wilma, una de las asistentes de la sala de Oncología, quien asegura que sus colegas también la vieron siempre por el mismo lugar. “Por los pasillos pasea todas las noches. Parece que le gusta quedarse en el área de laboratorio. Cuando alguien se le acerca, desaparece. Dicen que es la enfermera más antigua y que trabajaba cuando las monjas administraban el hospital y eran muy estrictas. Algunas personas aseguran que entra a las salas a cuidar a los pacientes”. El Complejo Hospitalario de Miraflores funcionó entre 1913 y 1993 bajo la administración de las religiosas. Desde entonces pasó a ser autónomo, según informó el doctor Eduardo Chávez, exdirector del nosocomio paceño.
El médico con estetoscopio recorre los pasillos del Hospital del Tórax y los jardines de la morgue
El terreno donde actualmente está el Complejo Hospitalario de Miraflores era conocido como el Valle de los Muertos, porque se cree que antes era un cementerio. En 1913 se empezó a edificar la infraestructura siguiendo el diseño arquitectónico de Emilio Villanueva. En la parte superior del terreno donde se estableció la nueva morgue es donde noche tras noche se ve pasear al que se denomina “Doctor sin cabeza” que, de todas maneras, lleva el estetoscopio colgado en el cuello.
Esta historia es contada por la enfermera del servicio de Oncología y la esposa de Eloy, el portero del nosocomio, que trabaja hace 35 años en el lugar. “Tanta gente que ha muerto, hay pues almas, el doctor sin cabeza que aparece por las noches, se dice que va por los pasillos y los jardines de la morgue. Se lo ve en la oscuridad por su mandil blanco y el estetoscopio que brilla. La cabeza se pierde en la oscuridad, tal vez no la tiene”.
Las especulaciones vuelan con la imaginación de la gente. “Algunos dicen que es el jinete sin cabeza —confía la esposa de Eloy—, pero es un médico”, se convence.
Hay niños que juegan en las salas o que lloran en las gradas
Teresa trabaja hace 20 años en el Hospital del Niño. Afirma que jamás había vivido una experiencia como la de hace cuatro años. Una noche, mientras realizaba su recorrido nocturno de visita por las salas de internos, escuchó risas de niños en el piso superior. Pensó que algunos de los pequeños pacientes estaban jugando en medio de la oscuridad, así que, para sorprenderlos, subió en silencio. Cuando más se acercaba, más fuerte era el ruido infantil. Cuando abrió la puerta, no halló a nadie.
“Me he asustado. Un frío me ha estremecido todo el cuerpo. Quedé paralizada porque no había nada. Sé lo que escuché con claridad, alguien jugaba y reía”. Al día siguiente pensó que era una locura, algo imposible; “pero la portera me reclamó por la bulla que esos niños hicieron toda la noche”.
La noticia de niños que ríen o que lloran en las salas o en las gradas de los nosocomios es frecuente. Nelly, enfermera del Hospital del Tórax, cuenta que cuando estaba designada en el área de Neurología escuchó el llanto de una pequeña en las gradas. “Salí y la vi, parecía tener unos 11 años, estaba de espaldas. Me acerqué a ver qué le pasaba, pero ya no estaba allí.
He salido corriendo y he pedido que me cambien de servicio”.
Algunos padres de familia y funcionarios aseguran haber visto en las rampas del Hospital del Niño a una enfermera en el afán de hacer su paseo nocturno. Se cree que es el espíritu de una antigua funcionaria, que quería mucho a los niños y que por eso persiste en estar junto a ellos por las noches.
Otro ente es La Viuda del General, bautizada como tal por Eloy, el portero del Hospital General. La describe como a una mujer delgada a quien confundió con una enfermera la noche que la divisó en el jardín y la siguió hasta la sala de cirugía. El sereno cuenta que la mujer ingresó al lugar y él por detrás, pero no la vio más. Preguntó a un paciente si la había visto y él le respondió que a nadie.
Periodista(s): Teófila Guarachi
La foto es una ilustración de la historia. | Fuente: Foto: David Guzmán
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domingo, 12 de junio de 2011
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