El mundo feérico es mágico. Muchos quisieran entrar a él haciendo a un lado las leyes que le rigen. No quieren entender que todo en el cosmos se rige por un orden y para ingresar a muchos de sus reinos es necesario pasar por una preparación que implica un sacrificio, erradicar los vicios (orgullo, ira, celos, odios), para que se manifiesten las virtudes del alma (amor, compasión, altruismo, respeto).
La dimensión feérica es el sitio donde viven las hadas y otros tipos de seres mitológicos, que en un pasado convivieron en nuestra tercera dimensión con los humanos, cuando todavía el escepticismo y materialismo no se apoderaban de la mente humana. Eran épocas en las que resultaba común escuchar relatos de esos seres habitando en las regiones feéricas. Ya sea que esas inteligencias, conocidas como espíritus de la naturaleza, se manifestaran físicamente o bien, que uno que otro humano ingresara a esos reinos, donde la verdadera magia se encuentra al alcance de la mano de quien quiera valerse de ella.
Conocedores de lo que se avecinaba y del peligro que corrían si permanecían en contacto con el humano, los espíritus de la naturaleza cerraron sus puertas para casi toda la gente, conscientes del mal que estaba por apoderarse de los habitantes de la tercera dimensión. Sólo pocos humanos gozan del privilegio de ver a esos seres y convivir de vez en cuando con ellos; me refiero a los niños, quienes en ocasiones, hasta los 5 o 6 años de edad, permanecen con sus facultades paranormales despiertas (tercer ojo, clariaudiencia); los habitantes de los planos superiores de conciencia cósmica conscientes de que los niños no van a causarles daño alguno, se dejan ver sólo por ellos.
De vez en cuando, adultos que no están tan corrompidos suelen tener contactos con duendes y otros seres de esos planos de conciencia cósmica, conocidos por la ciencia como cuarta dimensión. Pero es tan grande la ambición del adulto que desean atrapar un gnomo para que les indique el lugar donde se encuentran los tesoros de las entrañas de la tierra, de los cuales, ellos son sus guardianes. La gran mayoría de gente suele llamar a los gnomos como duendes o chaneques. Pero existen infinidad de estos seres que no todos son gnomos.
Encontramos relatos sobre su existencia que vale la pena dedicarles un momento de reflexión para que nos demos cuenta de su existencia. La apariencia con la que se presentan ante el humano es la de pequeños personajes que alcanzan medidas de entre 15 y 50 centímetros de altura. Su vestidura suele ser brillante, entre ella la tonalidad roja, ajustada al cuerpo, con barba larga y tez arrugada, indicando su longevidad, ya que llegan a vivir entre 450 y 500 años. Están en este planeta Tierra desde antes que apareciera el hombre, al cual guiaron en sus inicios, cuando fue sembrado en este sitio donde ahora vivimos. El gnomo vive aquí desde la época del antiguo continente Mu, el cual desapareció bajo las aguas del océano Pacífico, hará 50 mil años.
Alrededor del año mil 200 a. C. El sueco Frederick Ugarph encontró una estatuilla tallada en dura madera en la casa de un pescador en Nidaros (actual Trondheim), en Norway. No contando el tamaño del pedestal, la estatuilla mide 15 centímetros de altura. Sobre la base está grabado: "Nisse riktig stoorelse", lo que significa: "altura actual del gnomo". Después de varios días de negociación, Ugarph logró comprar la efigie, la cual estuvo en poder del pescador muchos años. Actualmente pertenece a la colección de antigüedades de la familia Olliv, en Uppasala. Estudios realizados a la figura, mediante rayos X, denotan que tiene una antigüedad superior a los 2 mil años y fue hecha de la raíz de un árbol extinto, de gran dureza. La inscripción fue labrada varias centurias después. Sus propietarios están seguros de que se trata de la escultura de un verdadero gnomo, visto por un humano.
Pablius Octavus, romano que se apoderó de una villa y una granja en las afueras de los bosques de Lugdunun (hoy Leiden, Holanda), se casó con una mujer del lugar y nunca más regresó a Roma. En el año 470 a. C. escribió: "Hoy vi una persona en miniatura con mis propios ojos. El usaba un bonete rojo y una camisa azul. La barba blanca y pantalones verdes. Dijo que había vivido en esta tierra por 20 años. El habló nuestro lenguaje mezclado con extrañas palabras. Desde entonces hablé varias veces con el pequeño hombre. Dijo que fue descendiente de una raza llamada Kuwalden, una palabra desconocida por nosotros, y esta fue una de las varias en el mundo. A él le gustaba tomar leche. Una y otra vez lo vi curar animales enfermos en las inmediaciones".
Conocedores de todos los secretos de la tierra, los gnomos enseñaron a ciertos humanos todo ese legado de conocimiento, incluyendo la magia, para que el hombre aprenda a abrir puertas de los planos feéricos y pueda contactar, además de a ellos, a infinidad de seres que ahí también habitan, como las hadas, elfos, unicornios, trolls y enanos, entre otros.
Además de conocer conjuros y exorcismos para mandar a esas inteligencias, el hombre que quiera que los gnomos le obedezcan debe eliminar la pereza, ya que estos diminutos seres no se llevan con gente floja, voluble y desordenada. Hay que fomentar la diligencia para que así se abran las puertas de esas dimensiones y los seres que ahí habitan se pongan a la orden del verdadero mago que conozca la ciencia para mandar al elemento tierra y a sus espíritus de la naturaleza.
Frank Barrios / Diario de Xalapa
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domingo, 20 de noviembre de 2011
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