Paseaba esta mañana mi tristeza por las calles de mi ciudad, de repente, se me acerca una desdentada anciana demandando caridad. Sentí no poder socorrerla pues estaba casi peor que ella y encima, triste y solo. Así se lo hice saber. Ella entonces, me dijo: solo no estas, me tienes a mí.
Seguidamente me regaló la más franca y desdentada sonrisa jamás vista. Asombrado, me di cuenta que al final fui yo el socorrido. Al menos hoy, me siento el más afortunado del mundo. Gracias señora. Gracias.
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martes, 20 de septiembre de 2011
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