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miércoles, 2 de diciembre de 2009

El Rey de los Elfos (o Alisos)

Los elfos son personajes de la mitología nórdica, dotados de poderes mágicos, que habitan en la umbría de los bosques. Emparentados con gnomos, trolls" nibelungos, duendes, faunos y sátiros, los elfos frecuentan los viejos cuentos germánicos, y también la moderna literatura fantástica, como El Señor de los Anillos de Tolkien, o las aventuras de Harry Potter.


Unas veces se les imagina fuertes y bellos, otras pequeños y feos, con grandes orejas.

También es variable su actitud amistosa, hostil o indiferente, hacia los humanos.

Una leyenda los hace aparecerse a quienes van a morir inminentemente, como sucede en el poema de Goethe El Rey de los Elfos (Erlkönig).


Posiblemente por un error de traducción de la palabra nórdica elfo, el poeta alemán lo llama Rey de los alisos, que son unos árboles del bosque, y así aparece en la hermosa traducción española del investigador murciano Fernando Pérez Cárceles, en sus tres volúmenes sobre los Lieder de Schubert, imprescindibles para conocer el universo poético que inspiró al músico.


A Goethe le impresionó la noticia de que un padre había cabalgado toda la noche por el bosque con su niño enfermo en brazos, para llevarlo al médico, pero, al llegar, había muerto.

Entonces escribió una poesía en la que el niño dice al padre que tiene miedo, porque ve al rey de los Elfos que lo llama y le promete un reino maravilloso, donde será cuidado por sus hijas.

El padre lo tranquiliza, contestándole que sólo hay una franja de niebla, el viento que susurra en las hojas secas y los pastos grises.

El crío insiste horrorizado, porque el maligno Rey lo está cogiendo: el padre espolea al caballo, pero todo es inútil y el hijo muere en sus brazos.


El verano pasado tuve la suerte de encontrarme con el manuscrito original en Weimar, en una de las dos casas del escritor, la de recreo, situada en un delicioso parque de las afueras.

Goethe era un ricachón y podía permitirse muchos lujos. Al descubrir, en una vitrina, aquellos folios amarillentos no pude resistirme a leer los versos en su enrevesada caligrafía germana.


Cuando se lo conté a esa dama, cultísima y encantadora, que es Doña Marga Zielinski, me recitó, de memoria, la poesía entera, en alemán.

El triste poema emocionó a Schubert, quien le puso música, en 1815, creando uno de sus más famosos Lieder. Intentó sin éxito publicarlo, hasta que, en 1821, sus entusiastas amigos pagaron la edición.

Al pobre Schubert casi nadie le hacía caso, ni siquiera el propio Goethe, al que envió la partitura, sin obtener respuesta.

Como casi todas las canciones del compositor austriaco, se puede interpretar con distintas tesituras de voz.

Lo más frecuente es que las frases del niño las cante una soprano y las del padre un barítono, pero se pueden añadir otras dos voces que hagan el narrador y las inquietantes frases del Rey.

También es posible que lo cante por entero una soprano, como la legendaria Elizabeth Schwarzkopf, en este compacto, que hoy les propongo, remasterizado de un registro tomado en 1948.


El tecleo del piano nos transmite el galope del caballo y la insuperable técnica de la diva va marcando, con las inflexiones de su voz, la angustia del niño, la preocupación del padre, que busca tranquilizarlo, las insinuaciones y, después, las amenazas del maligno Rey, o la narración, que se va acelerando, cada vez más dramática, hasta el trágico final.

Junto a este escalofriante Lied, se escuchan en el disco otros 23, muy conocidos, grabados en el momento de apogeo de la Schwarzkopf: emoción segura para iniciar este tiempo de noviembre, otoñal y romántico.



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