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jueves, 24 de septiembre de 2009

Duendes y demás seres menudos


Aunque a día de hoy es más fácil encontrar a gente que crea en extraterrestres u OVNIS que en duendes, la creencia en los duendes en todas sus formas estuvo muy generalizada por toda la Península Ibérica hasta hace no mucho tiempo y Extremadura no podía ser ajena a ello. También se menciona allí a las “duendas” femeninas. Son descritos de mil formas, desde como enanillos de aspecto grotesco, hasta vestidos con ropas de Fraile (los “Frailecillos” iluminados con una luz verdosa o violácea que mencionara Publio Hurtado, con capacidad para colarse por las cerraduras).

Los duendes enredadores domésticos suelen preferir los lugares más inhóspitos de la casa, como cuartos oscuros, cuadras, bodegas o desvanes, para revolver en ellos y hacer ruidos de todo tipo.

Es difícil librarse de ellos, ni aún mudándose de casa.

Los duendes domésticos se diferenciarían de los familiares, muy diminutos, que se asocian a una persona a la que pueden ayudar con sus poderes, lo mismo que traerles problemas, más asimilables a los prakagorris vascos y otros seres del mismo estilo.

Estos están a su vez relacionados en cierto modo con los “malinus” que provocan las posesiones demoníacas, también presentes en diversas formas en gran parte del folclore peninsular.

En las Hurdes, se habla por ejemplo del Duendi Jampón, que pese a ser diminuto necesita engullir siete arrobas de comida al día y se cuela por las casas devorando todo lo que encuentra.

También de la pareja formada por la duenda y el duendi zunguluteru, que además de trastearlo todo como los típicos duendes enreadadores, se le achaca el provocar los retortijones y los gases soplando en el oído a la gente mientras duerme.

O el malestar general matutino a que el duende ha estado “contando las costillas” al durmiente. Mientras el duendi zunguluteru hace sus fechorías, su mujer la duenda se queda sentada a la lumbre por las noches royendo castañas.

En las Hurdes se habla también de duendes guardianes de tesoros enterrados en el campo. Si alguien trata de apropiarse de ellos desoyendo las advertencias del duende, éste transforma en carbón no sólo el propio tesoro, sino todos los ahorros y riquezas del descubridor de éste cuando llega a su casa.

En la Vera, y especialmente en Garganta la Olla, los duendes imponían juramentos que de no cumplirse acarreaban la infertilidad a las mujeres.

Estos duendes han sido descrito por los que decían haberlos visto e incluso se cuenta que a principios del siglo XX varios vecinos persiguieron a uno de ellos, cuando impuesto el juramento a una mujer, intentaron acabar con él para evitar la maldición.

Estos duendes veratos se corresponden con un ser de aproximadamente unos 40 centímetros de altura, con cuerpo de forma humana, de un color verde especialmente brillante por la noche y que cuando es descubierto, huye muy rápidamente a cuatro patas, y esto es todavía más extraño, no en línea recta sino en zig-zag.

A veces se categoriza como "duendis" a seres que tendrían poco que ver con lo entendido típicamente por duendes, como el Entiznáu.

En el Valle del Jerte se habla de un ser diminuto femenino que entraría dentro de los típicos duendes enredadores domésticos llamado Pomporrilla.

Como tal gusta de hacer trastadas por la casa, mover los cacharros o los muebles o producir ruidos. Su aspecto es grotesco, de estatura enana y cuerpo feo de tez negruzca y pelo greñoso.

Su carácter femenino se percibe por su única distintiva teta, atrofiada y enflaquecida, que aparece en su busto.

Su boca succionadora casi carece de dientes, poseyendo sólo alguna muela para roer las castañas, su alimento favorito, que suele ir a buscar al sobrado o desván donde se colocan en las casas jerteñas.



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