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miércoles, 19 de enero de 2011

Leyenda de un Día de Reyes

“Nos tienen miedo porque ¡no tenemos miedo!”Estudiantes universitarios en Huelga

Cuenta la leyenda que, en un archipiélago –de cuyo nombre no puedo olvidarme–, un gobernante enajenado se atrevió a romper con la tradición de recibir a los niños en su residencia el Día de Reyes. Cada 6 de enero, el gobernante de turno abría de par en par [algunos lo hacían a medias] los portones de su casa, esperando la llegada de las niñas y niños de su archipiélago-nación y los recibía con regalos que los Tres Reyes Magos habían dejado allí para ellos.



Pero, hubo un año en que el gobernante decidió romper con la tradición. Se encontraba ante una situación que Ie preocupaba en extremo. Enfrentaba una huelga de los estudiantes de la universidad pública y no había podido resolver el asunto, ni siquiera después de haber ordenado a la Policía entrar a la Universidad, tomarla y ocuparla militarmente, emparapetando, incluso, francotiradores. Los estudiantes, que habían sido objeto de represión al haber sido apaleados con macanas, golpeados a patadas, rociados con gas pimienta y bombardeados con gases lacrimógenos, a pesar de todo ello, no se rendían. Eran unos irreverentes, unos revoltosos, unos subversivos. No se sometían. Gritaban consignas a todo pulmón a la Policía, e incluso, al mismo gobernante: “Nos tienen miedo porque ¡no tenemos miedo!”


Esa consigna repercutía –como una campana desbocada– en la cavidad craneal del gobernador. De noche, ni dormía, pensando en el qué dirán sus amigos gobernantes de otros estados en otros nortes. Asustado, y temiendo que los estudiantes universitarios llegaran hasta su fortaleza y la “tomaran”, decidió convocar a una reunión a sus funcionarios más cercanos y plantearles la situación.


Sólo pudo reunir a dos, a su secretario y al jefe de la policía. El gobernante no confiaba en el jefe de la policía, ya que éste había dado sobradas muestras de no poder controlar manifestaciones estudiantiles o grupos del pueblo protestando, pero no le quedaba más remedio; debía contar con éste en la confección de un plan alterno. No había otra salida.


“Hay que encontrar una solución a este problema”, les dijo. “Se acerca el Día de Reyes y la gente espera que abramos los portones de mi Palacio para recibirlos y entregar los juguetes. Pero, estoy asustado, ¿y si se cuelan los estudiantes universitarios? Esos “huelguistas violentos” podrían tomar mi Palacio y no podemos exponernos a eso. Haríamos el ridículo.”
“Estoy de acuerdo”, dijo el secretario del gobernante. “Si los “huelguistas violentos” se cuelan y toman su Palacio podrían sacarnos de aquí a patadas. No podemos dejar entrar a nadie a su Palacio”.


“Pero, tampoco podemos suspender la actividad”, dijo el gobernante. “Es necesario buscar un lugar alterno.” Dirigiendo su mirada al jefe de la policía que no había expresado opinión alguna, le dijo: “¿A usted no se le ocurre dónde podríamos hacer la actividad?”
El jefe de la policía, para quien la ruta más conocida y que mejor guardaba en su memoria era la que transcurría desde el Cuartel General hasta el Palacio del gobernante, dijo: “Allí al frente de mi oficina está el Coliseo, donde se hacen muchas actividades. Creo que sería el sitio ideal para los espectáculos políticos, es decir, públicos”, y permitiéndose hacer un chistecito, añadió: “podríamos continuar con la tradición romana, porque en el Coliseo es donde se hacían las luchas de gladiadores. Si se presentan los estudiantes, estaremos esperándolos en la arena. Además, el portón de entrada es muy estrecho, así que sólo podrán entrar de par en par, como mucho. Los recibiremos como se merecen”. Satisfecho consigo mismo por haber presentado tan excelente propuesta, aquietó sus ojos y miró al gobernante, en espera de su reacción.


“Creo que tiene usted razón. Es un sitio idóneo. Sería bueno añadir una decoración a tono con una blanca Navidad. Nada de tradiciones populares. Vamos a traer nieve para dejar afincado el concepto de que todo tiene que ser bien blanquito.” Hizo una pausa mientras pensaba en la empresa que contrataría, cuánto costaría y cómo ejecutarían la mordidita para lucrarse, pero se dijo a sí mismo, “esto lo referiré a uno de mis ayudantes, debo concentrarme en el plan para ese día”.


La consigna de “Nos tienen miedo porque ¡no tenemos miedo!”, comenzaba a sentirse menos intensa. Se felicitaba a sí mismo con palmadas imaginarias por haber tenido la gran previsión de prever el “peligro inminente” que representaban los estudiantes universitarios en huelga. Con una voz tan atronadora como podía ser posible en él, dijo, “Pa’l coliseo to’ el mundo. No quiero a nadie en Fortaleza, éste es mi Palacio”.


El gobernante no cabía en sí de júbilo. Todo lo había previsto. Los mejores y más caros regalos serían para los hijos de sus empleados, los de palacio y los adeptos más cercanos. Y todo, mientras más blanco, mejor. Ah, tampoco deberían olvidar comprar algunos juguetitos para apaciguar esa ralea de gente que siempre se presenta a la actividad.


Sonreía a más no poder. Hacía tiempo que llevaba cargando la molestia de tener que recibir a esos mocosos en su Palacio. Eso no lo soportaba, pero no había logrado zafarse de la tradición. Había decidido cambiar la frase cristiana, “Dejad que los niños vengan a mí”, por “Manden a esos niños a otro lugar, que en mi casa yo no los quiero”. El Día de Reyes, ya no tendría que invitar a esa gente a su Palacio. La gente no tendría ni idea de que los estaba despreciando y que no los aceptaba en su Palacio.


Se le había presentado la ocasión perfecta para matar dos pájaros de un tiro. Además de evitar el “peligro inminente” que representaban los estudiantes, sin quererlo, había resuelto también la situación de tener que darle entrada al pueblo en su Palacio.


Esa noche, el gobernante durmió plácidamente, sin apenas escuchar la consigna estudiantil. Sin embargo, en la madrugada del mismo Día de Reyes, se despertó violentamente. Sudaba frío. Soñó que comunidades llenas de esa gente que no soportaba, reconocían que los estudiantes estaban comprometidos no solo con la universidad, sino con todo el país. Escuchaba las palabras de uno de los estudiantes, quien sobresalía entre la multitud con su gorra de distintos tonos de verde, negro y marrón: “El proyecto de país, de sociedad y de mundo que la fuerza de los estudiantes desea contribuir a construir sólo es posible destruyendo ese país de Fortuño y los ricos, y sustituyéndolo por ese otro país posible que anhelamos”.


La gente de las comunidades seguía llegando y se unía a los estudiantes para compartir la lucha de todo un pueblo. Gradualmente, el estruendo de una consigna que no reconocía, era cantada por miles, que se sublimaban en una sola voz rugiente, hasta el punto de tornarse ensordecedora: “¡Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir!”

Por Elma Beatriz Rosado

A Giovanni Roberto Cáez
/www.claridadpuertorico.com/



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